El fallecimiento del Papa Francisco es un hecho social que trasciende a los feligreses de la religión católica y que le habla a la sociedad toda. Cuando asumió el papado en el año 2013, podía escucharse en sus primeros discursos públicos un giro en la mirada de la iglesia católica hacia los más pobres, un giro que podríamos calificar de humanista y comprometido. En aquel momento, en agosto del año 2013, escribíamos sobre ese porvenir en un artículo titulado “Iglesia para los pobres”.
Más allá de lo promisorio que eran sus palabras, nos preguntábamos en aquellos tiempos si iba a poder, si se iba animar a dar pasos más profundos. Entre otras cuestiones nos preguntábamos: ¿Se puede condenar la pobreza sin condenar las relaciones sociales de producción que la provocan? ¿Cómo hará Francisco, si quiere hacerlo, para no caer en la falsa generosidad de los opresores (la que condena la pobreza, pero mantiene la situación de opresión) de la que hablaba Paulo Freire? ¿Cuánto debemos esperar para que se pronuncie a favor de limitar la propiedad privada, las ganancias y la libertad de empresa en pos de la igualdad?
Hoy, luego del fallecimiento de Francisco, podemos intentar responder estas y otras preguntas, pero no ya tomando sus discursos sino la palabra escrita, esa que hace y construye memorias y posicionamientos. Esa palabra escrita que son las encíclicas papales, documentos oficiales y públicos a los se puede recurrir una y otra vez, en especial, cuando las coyunturas locales y los modos de discutirlas, se empobrecen, se simplifican, se cristalizan y se llenan de discursos de odio.
De las cuatro encíclicas que escribió durante su papado recurriremos a dos de ellas: LAUDATO SI’ (2015) y FRATELLI TUTTI (2020) para que, a modo de una entrevista, la palabra de Francisco nos ayude a comprender el mundo y la argentina.
"Entrevista" con Francisco
--¿Es el amor propio, el que, a través de una “mano invisible” traerá prosperidad a nuestros pueblos?
--El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común. (Fratelli Tutti. 105)
--Se menciona que la Argentina debe insertarse en una sociedad cada vez más globalizada, destruyendo todo tipo de regulaciones e institucionalidad estatal. ¿Qué opinión le merece?
--“Abrirse al mundo” es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos» Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”. (Fratelli Tuti. 12)
--¿La política debe seguir los dictámenes de la economía o es la economía la que debe depender de la política?
--Me permito volver a insistir que «la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia». Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia, «no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual». Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis». Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas». No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado. (…) Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede «abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos». (Fratelli Tuti. 177,179)
--¿Es el mercado la mejor forma de organizar a una sociedad?
--El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial», para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica.
También Francisco menciona que la acumulación capitalista debe asegurar el respeto irrestricto a los Derechos Humanos de toda la población, que el derecho a la propiedad privada encuentra un límite en su función social y que los son los pobres, los últimos, los que sufren, quienes pueden enseñarnos qué es la verdadera solidaridad, (la que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar) porque la practican.
En su lucha contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda y la negación de los derechos sociales y laborales, es siempre un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares. Con creces Francisco ha puesto palabra y cuerpo en la construcción de una Iglesia y una sociedad, más cerca de los que sufren.
(*) Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU). [email protected]