"No me interesa terminar una obra. No es un concepto que me resulte feliz", dice Diqui James, y así expone algo de la esencia de la gran maquinaria teatral, física y sensorial que es Fuerza Bruta. Y de la esencia, también, de Aven, espectáculo estrenado en Buenos Aires en diciembre de 2022 y que luego de una gira por Brasil, Perú, México, Inglaterra y Corea se presenta en Buenos Aires con una nueva versión. "Si alguien ya la vio antes, se va a sorprender bastante", asegura el director. Las funciones son en la Sala SinPiso (Julio A. Noble 4100), creada especialmente en su momento para este show, de miércoles a domingos. 

Cuando estaba creando Aven, sucesor del célebre Wayra -que le dio al grupo un nombre a nivel internacional y lo mantuvo de gira por muchos años-, James tenía esta premisa: quería hacer el show "más feliz del mundo". El resultado fue una fiesta que combinó técnica al servicio de la sensorialidad; imágenes oníricas y distópicas construidas en base al movimiento, las formas y los colores; y un sentido de comunidad en un público que tenía un espacio para la efusividad y la participación. Un espectáculo acerca de la alegría, la libertad y la belleza que hacía estallar sentimientos después de algo tan inédito y traumático como una pandemia, y algo tan importante y emotivo como ganar un Mundial de Fútbol.

La palabra del título no tiene un significado concreto. Fue pensada como una mezcla de "aventura" y "paraíso". Aven es "un paraíso lúdico y salvaje en el que volar atravesando cascadas, bailar rodeado de mariposas, flotar en el universo o viajar dentro de una ballena es posible", se lee en la gacetilla sobre el reestreno.

James, quien sacudió la escena con La Organización Negra en los '80, continuó con De la Guarda y creó Fuerza Bruta en 2003, revela que la nueva temporada trae consigo un cambio de sentido en Aven, inicialmente un espectáculo muy "amable y suave". "De a poco me empezaron a dar ganas de darle otro ritmo, más cortes, más adrenalina. Ahora empecé a tener ganas de tener más picos y caídas, de que sea más quebrado, de que vayas a algo muy chiquito y que no sepas si es bueno o malo lo que está pasando. Que haya misterio, ambigüedad; que no se sepa si todo está tan bien. Después siempre sale para el lado del bien. Me empezaron a gustar esos quiebres", explica el artista.

Diqui James.


"Me había puesto demasiado sensible, exagerado, con esa búsqueda de que sea todo tan feliz. Ahora es más salvaje, quebrado, sucio", continúa. "Pero no es un show oscuro para nada: sigue siendo el más feliz del mundo", aclara. La puesta de luces es nueva, "diferente, bastante jugada". Gabriel Kerpel ofrece nuevas composiciones musicales. La compañía de actrices, actores y bailarines fue "renovada". "Siempre que cambiás cosas tenés miedo a empeorar el show en vez de mejorar, pero me encanta cómo quedó. Tenemos que seguir trabajando, obvio, porque una vez que empezás el show es cuando trabajás más", dice James.

-¿A qué se deben los cambios de sentido del show?

-No me sirve pensar mucho en el proceso creativo. Si empiezo a buscar el porqué, la cago (risas). Porque sí, porque tengo ganas, como los nenes. Creo que una idea realmente funciona cuando la llevás a cabo y tenés la sensación de que vas a poder trabajar un montón para mejorarla. Cuando veo algo que hacemos y no sé cómo mejorarlo siento una angustia terrible. Es horrible porque sentís que funciona, que está bueno, pero que ya llegó al techo. Me desespera. El show que está hoy en Buenos Aires tiene un potencial enorme de mejorar. Ahí es donde digo "estamos por el buen camino". Trabajamos de una manera en que las obras no se terminan nunca; no es una película o un libro que tenés que entregar y chau. Podés hacer nuevas versiones. El teatro es absolutamente contemporáneo. No existe si no es hoy. Mañana va a ser otra obra; pasado mañana también. Incluso, por la manera en que nosotros trabajamos, el espectador influye muchísimo en la obra. Es una experiencia colectiva. La cultura de cada país modifica mucho la obra porque no es una reacción individual, y eso es lo que todo el tiempo buscamos e intentamos potenciar: salir del hipnotismo que da la búsqueda de la belleza. Si no genera acción, una modificación física en tu cuerpo al sentir que estás ahí viviendo eso, no me interesa. No me interesa terminar la obra. No es un concepto que me resulte feliz. Hasta suena feo. De última, abandonaré cosas, escenas, búsquedas que se agotan. 


-¿Cómo es llevar los shows a culturas tan distintas? ¿Es algo a lo que ya te acostumbraste?

-Cuando arrancamos, hace millones de años, me acerqué al teatro sin saber nada y sin haber ido nunca. Empecé actuación y a ver cosas. Lo primero que sentí fue que el teatro era un mundo para pocos, privilegiado; se usaba mucho en esa época la palabra "aburguesado", para entendidos. Tenía algo que me resultaba aburrido e injusto para lo que es la teatralidad. Es un arte primitivo, salvaje. No necesitás haber leído ni un resumen de Shakespeare... Podés no saber leer y el teatro te emociona. Lo primero que pensamos con La Organización Negra fue "hacemos teatro para todo el mundo". El tipo que hacía el mantenimiento de Cemento venía con la familia, venían tipos súper intelectuales, y estaban todos en la misma obra, emocionados, entendiendo y mezclados. El teatro callejero fue siempre mi mayor pasión. Tiene ese lenguaje con el que atravesás todas las sociedades. Desde el primer día quise encontrar ese lenguaje que atravesara barreras culturales: para chicos, grandes, intelectuales... para cualquiera. De repente venía gente de Europa que hacía festivales y nos invitaba. Cuando fuimos lo primero que nos dimos cuenta fue que lo que hacíamos era reargento, cosa que nos sorprendió muchísimo, porque en la Argentina lo que hacíamos era rarísimo. La primera vez que fuimos a Japón yo no entendía nada de nada, ni un cartel. Era un lugar mucho más cerrado que ahora. Pensé que se iba a pudrir todo, porque es una sociedad donde nadie se saluda tocándose. Y lo que entendimos fue que la diferencia con Sudamérica y Europa era que teníamos que ser muy claros en que ellos tenían que sentir el permiso de hacer lo que tuvieran ganas. Porque el mayor temor que tienen, sobre todo en Japón, Corea, China, es hacer algo que no corresponde, por el respeto. Cuando era claro el permiso, los tipos se volvían locos, porque les brindamos un lugar de libertad. En Asia se vuelven locos; no lo puedo creer. Sin darnos cuenta, encontramos un lenguaje universal. Es muy divertido, interesante, emocionante ver a los coreanos bailando, saltando, festejando, felices, con una sonrisa en la cara, emocionados, sorprendidos. No termino de acostumbrarme. Me sigue emocionando. 

-Hace tiempo que en la filosofía se habla de la ruptura de lo colectivo y común, y de múltiples crisis que hacen a un clima de época apocalíptico. ¿Fuerza Bruta, y especialmente Aven, pueden pensarse como una respuesta a esto?

-No creo que la humanidad haya estado mejor o peor que ahora. No siento que estemos en un momento apocalíptico ni nada, porque te imaginás a nuestros abuelos en la Segunda Guerra Mundial lo que habrán pasado... Lo que pasa es que no estabas minuto a minuto siguiendo las noticias. Ahora tenemos un bombardeo de malas noticias constante. Me preocupa bastante la generación de los pibes de ahora, muy expuestos a las redes las 24 horas. El tema de la salud mental me parece que surge por algo muy vinculado a la tecnología. Está clarísimo que la búsqueda de las personas de vivir experiencias colectivas está más viva que nunca. Los recitales en todo el planeta, los festivales, están vendiendo más entradas que nunca, hasta la Fórmula 1. La gente no perdió ganas de vivir las cosas colectivamente y físicamente, más allá de que estemos como unos enfermos todo el día con el celular. Por suerte, a ese impulso humano la tecnología no lo va a dormir nunca. Cuando alguien viene a ver a Fuerza Bruta me gustaría que sienta que puede tener un montón de quilombos, problemas de ansiedad, sentirse solo, pero que todo es posible. Que la felicidad lo es.