El Memorial Thomas Sankara ubicado en Uagadugú, Burkina Faso, fue concebido por el renombrado arquitecto burkinés Francis Kéré junto a su equipo. El monumento es una apuesta a la integración entre la memoria y el porvenir, un espacio donde se cruzan la pedagogía, el arte y la comunidad, enclavado en el Cinturón Verde de Uagadugú, como un pulmón que respira ideas de libertad.
A los pies de la torre, una estatua de bronce de cinco metros de altura reproduce la imagen de Sankara, con su traje militar. El pedestal piramidal donde se posa, de tres metros de alto, lleva tallados los bustos de los doce hombres que cayeron junto a él. Cada rostro es un recordatorio de que la revolución fue colectiva, de que Sankara no estaba solo.
En el centro del memorial se alza una torre de 87 metros, que corta el horizonte como una lanza que desafía el olvido. No es casual, ese es el mismo sitio donde, el 15 de octubre de 1987, Sankara y doce de sus compañeros fueron asesinados. Al llegar a la cima, las vistas de Uagadugú se funden con la silueta de una promesa: la de un continente que puede caminar erguido.
Thomas Sankara fue un visionario que, con apenas 33 años, se propuso cambiar el destino de su país y, con ello, marcar el rumbo de toda África. Luego de que triunfara la revolución renombró Alto Volta como Burkina Faso –la patria de los hombres íntegros–, redistribuyó la tierra, impulsó la educación gratuita y universal, luchó por la igualdad de género, promovió la autosuficiencia alimentaria y denunció sin tapujos la explotación colonial francesa. En su gestión (1983-1987), mostró que otro modelo era posible, y por eso fue silenciado. Su asesinato, orquestado por intereses internos y externos, truncó una transformación que asustaba al poder blanco.
Hoy, el Memorial es un acto de resistencia. Al caminar por este espacio, se siente que el legado panafricanista de Sankara sigue allí, recordándonos que la verdadera libertad no es una concesión. Y que su revolución, la del pueblo negro, no está enterrada, sigue en marcha.