Dos matrimonios heterosexuales son citados en un aula escolar para tratar un problema de bullying: uno de los hijos, Felipe, doxea a sus compañeres, insulta a cualquiera que lo interpela y, en simultáneo, golpea en el aula y acosa por las redes a Ramiro, el otro hijo implicado, de carácter sumiso y frágil.
Corre el año 2022 y la preceptora, cual mediadora del encuentro y sobreviviente de un sistema educativo abandonado hace décadas y peor aún en la pospandemia, hace lo posible para construir sin éxito un diálogo adulto, mientras esos adultos no hacen otra cosa que agredir, acusarse mutuamente y revelar sus variopintas crisis, tanto personales, como profesionales y maritales. Todo esto, en principio, en un tono de comedia muy efectiva que le arranca un puñado importante de carcajadas al público hasta que, poco a poco, la oscuridad del drama se instala para alternar entre la risa y el espanto de una manera magistral, movilizando al público de un estado emocional a otro casi con la misma velocidad del scrolleo de las redes sociales.
Escrita y dirigida por Galo Ontivero y protagonizada por un elenco que lo deja todo en escena conformado por Diego Berone, Fernando De Rosa, Mónica Driollet, Maia Lancioni, Victoria Páez, actuación en video de Santiago Longo y música de Javier Escobar, “El odio en el cuerpo” es, desde el primer minuto, una obra urgente que cruza la violencia creciente en el cotidiano argentino con narrativas y obras que abordan las múltiples dimensiones del odio “libertario” y sus mecanismos de encarnación en lo tangible más allá de la palabra, con resonancias propias de la violencia gubernamental y la de sus fanáticos seguidores, obsesionados, como el alumno Felipe, con la difusión de la homolesbotransfobia, el racismo, la xenofobia y el clasismo.
En consonancia con autores como Pablo Stefanoni y Mark Fisher, a la par del recién salido libro de Steven Forti “Extrema derecha 2.0” y en comunicación directa con obras teatrales como “Un dios salvaje” de Yasmina Reza (llevada al cine por Roman Polanski en 2012 y rebautizada como “Carnage”) o dimensionando aquel épico desenlace combativo de “True West” de Sam Shepard, la última obra de Ontivero transforma metafóricamente el espacio teatral en un ring de boxeo que enfrenta a un grupo de padres y madres consumidos por el egocentrismo y el mandato exitista, en donde los guantes de combate no son sino la frustración y la martirización sin autocrítica posible.
Luego de combinar el humor con el drama y los vínculos familiares en obras anteriores como “4 Temblores en una hora” y “Salí de acá!”, Ontivero ahora desliza esas problemáticas familiares del ámbito doméstico hacia el espacio público escolar y, especialmente, hacia el oscurantismo virtual de las redes sociales como el campo de batalla por excelencia de las políticas ultraderechistas y la instalación de la violencia sistemática: “Creo que hay cierta polarización en la que las derechas se fortalecen en las redes, un espacio que lo saben manejar muy bien y a partir del cual ganan terreno en la realidad social. Mientras que al progresismo - me parece- le está costando ganar la batalla en el espacio de las redes y, en consecuencia, está perdiendo terreno en la realidad social. La obra metaforiza esa realidad, pero hasta cierto punto. En ese laboratorio que es esta obra, los padres y estudiantes están invertidos en lo que creen ideológicamente: el estudiante odiador es hijo de padres progresistas y el estudiante-víctima es hijo de una pareja conservadora de clase media”, comenta su director a este suplemento.
La visualización de estos memes nos genera endorfinas, una sensación de tranquilidad, al tiempo que consumimos discursos odiantes.
Así, “El odio en el cuerpo” a los 5 minutos de comenzar ya se revela como una obra necesaria de presenciar, trabajando en terreno ficcional un tópico sobre el cual nadie sabe bien qué hacer o decir ante la confusión instalada como política cotidiana desde los partidos y las agrupaciones en las redes: “En escena aparece una polarización entre ambas parejas, como si fuera una cancha, un ring de boxeo, intertextuando así con la obra de Alberdi, 'El gigante Amapolas': la idea de dos bandos que se enfrentan, pero en cuyo enfrentamiento hay una transversalidad que no se presenta como tal en la realidad de hoy. Hay una serie de contradicciones ideológicas que se le presentan a los padres sobre el accionar de los hijos, hijos con los que no acuerdan ideológicamente, pero que son sus hijos y no saben qué hacer con ellos. Este trabajo de laboratorio dramatúrgico, ideológico y afectivo, me permite generar más preguntas que respuestas sobre la complejidad de la realidad que transitamos”.
Focalizando en la llamada “batalla cultural” contra la identidad de género y la diversidad como bandera principal de la ultraderecha, “El odio en el cuerpo” destaca (y utiliza) el lenguaje del meme como la plataforma ideal para la expansión rápida y efectiva de la violencia, como lo resalta su director: “El meme, puntualmente, funciona como síntesis de una imagen significante que puede estar cargado de cualquier discurso, en especial de los discursos odiantes. Esos videos que se viralizan en la obra tenían que ser un pastiche de memes kitsch, con cierta saturación del color y con cierta composición de imágenes banales, exageradas, irónicas, puro artificio ostentoso y de mal gusto“.
“Básicamente, trabajé a partir de las plantillas que están disponibles en Tik Tok, es decir, ya se usan en las redes para difundir una variedad de discursos, entre ellos, los discursos de odio. Y lo hacen de una manera bastante sencilla, porque el meme y los videos construidos como memes son consumidos en segundos. La visualización de estos memes nos generan cierta cantidad de endorfinas, cierta sensación de tranquilidad, al tiempo que consumimos discursos odiantes. Las derechas 2.0 tienen a las redes como territorio de guerra de guerrillas. Sus armas guerrilleras son el troleo, el doxeo, el escrache con cosas inventadas, y el meme”, cierra el director.
Funciones: sábados a las 20:30 en Felisberto, Yatay 112.