Obtuvo el 46,65 % del padrón electoral, es la única victoria en los bizarros comicios de 2025. Ganó la anorexia electoral, la apatía, el hartazgo de las promesas incumplidas y el vaciamiento de lo público. La gran perdedora, en cambio, fue La Libertad Avanza, porque obtener apenas el 30,13% de los votos -a escasos 2,78% del segundo- da más para una desilusión que para el festejo, un número pequeñuelo si se piensa en la ventaja sideral de correr con el caballo del comisario.
Magra cosecha si se tiene en cuenta que LLA -a diferencia de otras expresiones políticas- contó para su campaña con el poder del Estado Nacional, el tesoro, fondos frescos del FMI y su propia mala fe. Utilizaron el cargo de vocero presidencial como tribuna electoralista. Contaron también con un ejército de trolls pagado con fondos escamoteados al país. Sacrificaron sus nombres más relevantes en el altar de un proceso electoral poco relevante. Y, así y todo, festejan su modesta victoria con la misma desubicación que celebraron el fallecimiento de José Mujica.
El desengaño es general y, en los estratos sociales más carenciados, total. Desaparecieron de los comicios con tanta indiferencia como la gente de la política demuestra con ellos. Las ilusiones democráticas están en terapia intensiva y nuestras referencias políticas perdidas en internas sin solución de continuidad.
Cuenta la leyenda que Rodrigo Díaz de Vivar murió en su tienda de campaña durante el fragor de una batalla. Lo cubrieron con nobles atributos. El caballo lo mantuvo erguido en su armadura. Y entró así al fragor de la batalla. Los moros al ver avanzar la gallarda figuran del Campeador huían y gritaban: “¡Mío Cid! ¡Mío Cid!”. He aquí algo similar al momento electoral que estamos viviendo. Lo político (en esta metáfora) es el Cid Campeador. Muerto sin dejar de luchar. Hay que resucitar ese cadáver.
No se sabe cómo. ¿Que ofrecerle a este pueblo defraudado? ¿Cómo seducir (y cumplir con) jóvenes sin esperanza de futuro? ¿Cómo lograr recursos contra enfermedades, maltratos, discapacidades, minorías sexuales, vejeces, niñeces desamparadas? Nada parece importarle a la clase política incluyendo aquellos cuyos ideales comparto, pero que hoy parecen con más interés por fichas limpias y defensa de intereses personales que por el bien común.
Votar o no votar, esa es la cuestión. “¿Es más digno sufrir las flechas y hondas de la fortuna o tomar las armas contra un mar de aflicciones y, al oponerse a ellas, encontrar el fin?”, se interroga Hamlet. Algo similar nos preguntamos quienes votamos en estos tiempos de política devenida mercado.
Cuando todavía nuestra esperanza era una niña jugando en la playa de los proyectos productivos, ir a votar era una especie de alegría patriota. Sin embargo, desde que se convirtió en juego de los mercaderes ya no podemos amar sin presentir. La política, hoy, es farándula individualista. La gente vota a quién más entretiene en los medios o lanza insultos aberrantes o hace el ridículo, como si votaran a alguien para salvar o expulsar de un reality show, como si el acto eleccionario oficial no trajese consecuencias en nuestras condiciones de vida.
Quienes se postulan al escrutinio (con excepciones) venden la patria o se pelean entre sí demostrando que no es el bienestar general lo que persiguen. Históricamente cada elección democrática elevaba entusiasmos y se votaba con optimismo. Sin embargo, se va perdiendo interés. La pregunta ya no es ¿quién me representará mejor?, sino, ¿quién se venderá menos?, ¿quién antepondrá la justicia a su proyecto personal o sectorial?, ¿quién es capaz de hacer alianzas auténticas y no engañapichangas individualistas? ¿dónde está lo ético? ¿Cómo fue el devenir electoral en nuestro país?
En 1810, más de cuatrocientos vecinos le exigen al Virrey Cisneros la renuncia. Un acto proto electoral o de participación popular, si bien era elitista. En 1821 se estableció el voto directo para los varones adultos. También era una ley restrictiva. Excluía analfabetos, dementes, vagos y soldados. Las mujeres no entraban en esos espacios.
En 1826, Manuel Dorrego denuncia (parcialmente) la arbitrariedad de la ley electoral. Pregunta retóricamente: si se excluye a jornaleros, domésticos y empleados, ¿quién queda? Reclama ampliación representativa. Si bien no incluye mujeres.
Treinta años después se emite otra ley que fracasó en la práctica, recién en 1912, con la reforma del presidente Roque Sanz Peña, el voto pasa a ser secreto, obligatorio y supuestamente universal. Finalmente, en 1947 se establece el sufragio femenino, una demanda histórica y militante de larga data. Las argentinas votan por primera vez en 1951, más de un siglo después que los varones. Y, tres decenios más tarde, también la juventud de dieciséis años adquiere derechos como subjetividad política.
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Si se pretende gestionar no se debería perder de vista que cada subjetividad es una pluralidad de fuerzas vinculadas con otras. Al modo de ciertas amebas que sólo pueden vivir en comunidad y, si por algún azar una se desprende del grupo, perece. La gobernabilidad comunitaria requiere jerarquías. Hay quienes mandan y deberían comprender que el poder que le fue cedido debe utilizarse para que nada les falte a quienes acatan. Quien manda tiene que obedecer también y, sobre todo, debe proveer. El concepto de individuo es errado. No existimos aisladamente. Lo que gravita, aquello en lo que recae el énfasis en las relaciones de fuerzas, es algo que no se logra sino interrelacionando y negociando. ¿Estamos asistiendo a los últimos esténtores del sistema moderno democrático y electoral? ¿Qué hacer frente a los ciborgs de la política? Se impone unirse, debatir, jugarse, pensar, porque comenzar a pensar es comenzar a cambiar la realidad. Urge suplantar esta feria de vanidades políticas por propuestas y realizaciones que permitan renovar la esperanza y mejorar las condiciones de vida. Sonó la hora de defender la democracia y la justicia desde el acto mismo de votar. Tenemos sed de objetivos que borren desengaños y de proyectos benefactores para la población. Vomitamos a los profetas del odio. Nos desencantamos de referentes políticos que pelean por su quintita sacrificando la unidad. Hay hambre de soluciones concretas para la sociedad en su conjunto y -fundamentalmente- para las personas olvidadas de la tierra. Esas que ni siquiera tienen fuerzas ni estímulos ni plata para tomar un colectivo e ir a votar.