El aula contemporánea, lejos de ser un remanso de saber tranquilo, se ha convertido en un campo de batalla donde convergen las ansiedades de una sociedad líquida, la hiperactividad digital, las incipientes transformaciones de nuestra comprensión de lo humano y los desafíos del posthumanismo junto a las categorías propias de la contemporaneidad. En este escenario complejo surge la llamada a la singularidad del maestro y la necesaria construcción de presente. La formación y el desarrollo profesional docente emergen no como un mero trámite administrativo o un conjunto de tareas a cumplir sino como un imperativo ético y político de primer orden. Reflexionar sobre este tema desde una perspectiva actual nos obliga a confrontar desafíos que van más allá de la mera actualización pedagógica: nos interpelan en lo más profundo de la vocación renovada en sus consideraciones y supuestos subyacentes, en la capacidad de sostener el lazo educativo, la defensa de la escuela como sitio que habilita encuentros, conversaciones y otredades, y en la necesidad de repensar nuestra propia identidad como educadores en un mundo en constante devenir y flujo.

La escuela, otrora en busca de homogeneización y adherida a normas fijas preestablecidas, luego crisol de la diversidad y espacio privilegiado para la construcción de lazos sociales, se ve crecientemente amenazada por la lógica de la productividad, las evaluaciones estandarizadas diseñadas para medir los conocimientos y habilidades de los estudiantes de forma individual, uniforme y objetiva y la optimización de los recursos humanos. Byung-Chul Han describe con lucidez en su obra la presión por el rendimiento, la autoexplotación disfrazada de compromiso y la exigencia de una positividad tóxica. Esto resuena e impacta con fuerza en el día a día de quienes ejercen la docencia. Como señala Han en La sociedad del cansancio, la sociedad de rendimiento, no es otra cosa más que la sociedad en la que viven los individuos que están saturados de sí mismos, que pueden trabajar jornadas exhaustivas para cumplir con las autoexigencias. Es una sociedad en la que el momento de aburrimiento y reflexión escasean. Esta extenuación, este agotamiento del ser, no es ajeno a un colectivo docente que, además de su labor pedagógica, debe lidiar con la burocracia, la contención emocional de sus estudiantes y las expectativas, a menudo contradictorias, de las familias y la sociedad en general. Un sistema que transfiere las exigencias y sus lógicas de cumplimiento a familias y estudiantes y viceversa. Un sistema en el cual el conjunto docente debe acopiar un volumen de horas que le permita acceder a un salario promedio asistiendo en muchos casos a un innumerable compendio de situaciones, realidades y dificultades ¿Cómo encontrar las estrategias para establecer las condiciones necesarias en las que quienes estudian tengan la genuina oportunidad de construir un saber? Independientemente de presiones externas, pautas preformateadas e indicadores muchas veces distorsionados con respecto a la realidad escolar, ¿cómo se asume la responsabilidad de dar cuenta sustancial y primordialmente del derecho que le asiste a las y los estudiantes? ¿Es la resolución una mirada al individuo recortado de la trama grupal que lo incluye y sostiene? Como dice la remanida frase: “nadie se salva solo”. Porque no alcanza con estar en presencia, hace falta construir ese presente con otras y otros.

En este contexto de fragilidad y dispersión, la formación docente tradicional basada en la transmisión de contenidos y metodologías tipificadas, se revela cada vez más insuficiente. Se vuelve necesario un enfoque que reconozca la singularidad de quien enseña, su dimensión de trabajadoras y trabajadores de la educación, la subjetividad de su relación con el contexto y su capacidad de resonancia con las particularidades de sus estudiantes. Aquí es donde la perspectiva de Massimo Recalcati se torna fundamental. En su análisis del acto educativo subraya la importancia del deseo del educador como motor de la transmisión. Es entre las demandas estandarizadas y los requerimientos de cumplimiento donde el deseo debe abrirse lugar para volvernos presentes en el irrepetible momento de encuentro entre docentes y estudiantes. No se trata de impartir conocimientos, ni siquiera solo de construirlos, sino de despertar en el otro la chispa del saber, de transmitir un deseo que contagie y movilice. En La hora de clase, Recalcati nos recuerda que la enseñanza no es la simple transmisión de un saber sino la puesta en juego de un deseo que se dirige al deseo del otro, despertándolo. Movilizar, despertar y contagiar en torno al saber y en tanto encuentro.

Sin embargo, la contemporaneidad nos interpela con una pregunta aún más radical, ligada a las reflexiones de Rosi Braidotti sobre el posthumanismo. En un mundo donde las fronteras entre lo humano, lo tecnológico y lo natural se difuminan cada vez más, la formación docente no puede ignorar las implicaciones de esta transformación. Como argumenta Braidotti, el posthumanismo no implica la desaparición de lo humano sino una reconsideración de nuestra posición en el mundo, reconociendo nuestra interconexión con otras formas de vida y con la tecnología. El posthumanismo articula una crítica no antropocéntrica, afirmando el enlace radical entre los humanos y las múltiples otras formas de vida así como con los sistemas tecnológicos inteligentes, como bien describe Braidotti. Para la docencia, esto implica desarrollar una sensibilidad hacia estas nuevas formas de agencia, comprender el impacto de la tecnología en la subjetividad de estudiantes y prepararles para un futuro donde la colaboración entre lo humano y lo no-humano será cada vez más relevante aunque también inquietante. En relación con la niñez y las adolescencias, la “educación digital integral” debería incluir una dimensión alfabetizadora digital crítica que, como señala Daniel Brailovsky, explore argumentos para una perspectiva que se adentre en los desafíos culturales y políticos que éstas presentan en relación con las infancias, trascendiendo así la mera visión instrumentalista.

En este punto, la visión pedagógica de Chiqui González resuena con una profunda pertinencia y aporta una diferencia desde una zona “entre”. Su énfasis en la creatividad, el juego y la experiencia estética como pilares fundamentales del aprendizaje nos invita a repensar la formación docente desde una perspectiva que valore la sensibilidad, la imaginación y la capacidad de asombro. Para González, la educación no se reduce a la información sino que implica la creación de espacios y la habilitación de experiencias. Lugares y momentos donde las y los estudiantes puedan explorar, experimentar y construir su propio conocimiento de manera activa y con disfrute. Nos recuerda la importancia de formar docentes que sean capaces de despertar la curiosidad, de fomentar la expresión tanto individual como colectiva y de diseñar el aula como un laboratorio donde se celebre la diversidad y se promueva el encuentro genuino. La formación docente, desde esta perspectiva, debe nutrir la capacidad del enseñante como mediador creativo, provocador de preguntas y acompañante sensible en el proceso de aprendizaje.

En definitiva, la formación y el desarrollo profesional docente en la contemporaneidad demandan una ruptura con la lógica puramente instrumental y una apuesta por la dimensión humana como punto de partida, deseante en la intermediación y crecientemente posthumana en los nuevos desafíos del acto de educar. Solo así podremos formar maestros capaces de resistir el agotamiento de la sociedad del rendimiento (Byung-Chul Han), de encarnar esa "presencia testimoniante" (M. Recalcati) y biográfica, de navegar las complejidades de un mundo posthumanista (R. Braidotti) con conciencia crítica (D. Brailovsky) y de inspirar en las nuevas generaciones el deseo por el conocimiento y la apertura a un futuro incierto pero lleno de posibilidades. Tal como nos invita a imaginar Chiqui González: ser el salto. La urgencia no es menor: de la calidad de la formación de nuestros docentes depende, en gran medida, la capacidad de construir un futuro más justo, inclusivo, creativo y conectado con los desafíos a los que las y los estudiantes se enfrentan… ser con la tecnología pero trascenderla para así toparse con el mundo y sus otredades vivas, presentes y diversas.

* Emiliano Samar, Docente, Investigador, Director de Artes Escénicas