La 49° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, inaugurada por Juan Sasturain entre abucheos al secretario de Cultura de la Nación, Leonardo Cifelli y la reivindicación de Osvaldo Bayer, cuyo monumento destruyó el gobierno de Javier Milei, cerró con un debate picante en el que la palabra “memoria” fue gritada por el público ante el filósofo Tomás Abraham. Desde la Fundación El Libro, su presidente Christian Rainone celebró la performance de esta edición, la primera desde que asumió el cargo en diciembre del año pasado, con más de un millón de visitantes en el predio de La Rural, un 10 por ciento arriba con respecto a 2024, un año que para una amplia mayoría de expositores fue “desastroso”. Las ventas aumentaron entre un 20 a un 35 por ciento. ¿Cómo explicar esta recuperación, cuando el consumo continúa cayendo y los salarios no recuperan terreno? Un editor mencionará los imaginarios culturales y cómo al adquirir un libro la clase media sigue fantaseando que está comprando un bienestar cultural.
“Estamos muy felices con los resultados de esta Feria”, destaca Rainone. “Será nuestro desafío para la edición 50 sumar más propuestas, más experiencias, más público, más innovación y contribuir así a crear más lectores y seguir fortaleciendo a nuestra magnífica industria editorial”. El despliegue de la ciudad invitada de honor Riad, la capital de Arabia Saudita, se puede resumir en una frase: “mucho ruido y pocas nueces”. En el stand había pocos libros y nada publicado ni traducido al español. Entre las actividades más convocantes, la Fundación El Libro detalló que estuvieron las presentaciones de libros de Juan Grabois, Alejandro Bercovich, Javier Cercas, Claudia Piñeiro y Camila Sosa Villada; la charla sobre la serie El Eternauta y el emotivo homenaje a Hugo Soriani, el director general de Página/12, que murió el pasado 11 de abril.
La danza de las ventas
Gustavo Insaurralde, stand de Chaco, cuenta que les fue “muy bien”, especialmente con el público especializado. “El Instituto Iberoamericano de Berlín hizo una compra de alrededor de 50 o 60 ejemplares con títulos sumamente específicos, por ejemplo, compraron la edición número 11° de la revista de la Junta de Estudios Históricos. Me contaba el director de la Biblioteca de Berlín que tenían los 10 números anteriores”. En el stand de Chaco los más vendidos fueron Ecos de la resistencia, de Lecko Zamora, escritor wichí que inauguró “La palabra indígena”, el diálogo entre escritoras y escritores orginarios; Historia del Chaco, de Ernesto Maeder; Peregrino de las palabras, un antología de poesía de Juan de Dios Mena; y La aventura escultórica, de Marcelo Nieto, un libro que describe ese museo al aire libre que es la ciudad de Resistencia, con alrededor de 700 esculturas en el espacio público.
Daniel Schiavi, del stand Orgullo y Prejuicio, revela que vendieron en unidades casi el doble. “El año pasado fue malo; el stand era un poco más chico y estaba en otro lugar. Armamos un equipo con gente de la comunidad que atiende, que está comprometida, que conoce, y esa conjunción hizo que aumentaran las ventas”, observa Schiavi. Los más vendidos fueron Carol, de Patricia Highsmith; Las fugas, de Vir del Mar; El libro rosa. El archivo de la memoria Trans Argentina y El nunca más de las locas, de Matías Máximo. En el stand del grupo Octubre, un espacio para el encuentro, la reflexión y el debate, los libros más vendidos fueron Favio: Nadie puede olvidarlo, un trabajo colectivo coordinado por Norberto Galasso y Silvina Pachelo; Manual sobre terrorismo de Estado en Argentina, de Adrián Grünberg; y Panfletos y volantes peronistas (1955-1976), de Roberto Baschetti y Facundo Carman.
El fenómeno del Eternauta
Uno de los grandes grupos, Planeta, aumentó las ventas gracias al fenómeno del momento: la serie El Eternauta, de Bruno Stagnaro, que se estrenó el pasado 30 de abril en Netflix. El libro es el más vendido del stand y de la Feria. Después, muy eclipsadas por la novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld, están Recetas para vivir mejor, de Daniel López Rosetti; Alas de sangre, de la escritora estadounidense Rebecca Yarros, y Por si un día volvemos, de la española María Dueñas. Las ventas se incrementaron un 25 por ciento (en 2024 estuvieron 12 abajo), así que el gerente de prensa, Santiago Satz, resume las tres semanas de Feria con una expresión: “Nos vamos satisfechos”. Fabián Narvaja, de Colihue, recuerda que 2024 fue “desastroso” y que este año vendió un 30 por ciento más en ejemplares. “Nosotros nos vimos muy beneficiados con el fenómeno de El Eternauta porque tenemos la edición ilustrada por Alberto Breccia, la versión de los años 70, muy valorada porque Breccia es uno de los grandes ilustradores del cómic en la Argentina”, pondera Narvaja y comenta que aunque ellos siempre llegan con novedades a la Feria también trabajan el fondo editorial. Entre los más vendidos está el libro sobre Pellegrini de Norberto Galasso y Mara Spasadante, y Bombardeo del 16 de junio de 1955, “a setenta años del mayor atentado terrorista de la historia argentina”.
Carina Burcatt, coordinadora editorial del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, subraya que la venta estuvo igual que el año pasado: vendieron aproximadamente 2.200 libros de las editoriales bonaerenses que participan en el stand. Vio más gente circulando por la Feria por la política de la Fundación El Libro de habilitar horarios de acceso gratuito. Gabriel Waldhuter, del stand de la distribuidora Waldhuter, sonríe. “Nos fue mejor que el año pasado, no tan bien como en el 2023 ni el incomparable 2022 (cuando la Feria regresó después de dos años de interrupción por la pandemia de Covid). Este año vendimos un 40 por ciento más en ejemplares, pero levantó los últimos días”, aclara Waldhuter. El más vendido fue Síndrome 1933, de periodista italiano Siegmund Ginzberg, un libro con el foco puesto en los meses previos al desmoronamiento de la República de Weimar y el ascenso del nazismo.
El monopolio de la cola y la bibliodiversidad
Nadie objeta la importancia de las compras de los bibliotecarios a través del programa Libro % de la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares), que este año celebró sus veinte años, pero varios expositores advierten una cuestión que atenta contra la bibliodiversidad. “La cola para comprar en Planeta dura entre cuatro y cinco horas; después compran menos en Penguin Random House y en Riverside, y pará de contar. El resto no existimos”. Otra expositora analiza por qué los subsidios otorgados por la Conabip se dirigen principalmente a los grandes grupos editoriales. “Los bibliotecarios muchas veces no son bibliotecarios; es gente que ayuda en el pueblo, en la cooperadora, que ponen el cuerpo, pero que no están formados. Y, por otro lado, no hay formaciones de lectura. Entonces, ellos no saben qué pedir y la gente en las bibliotecas públicas no está receptiva a nuevas propuestas. Hay pocos bibliotecarios preparados, entiendo la realidad que tienen, pero tendría que haber una distribución más equitativa de cómo se gastan los subsidios”, expresa un sentimiento compartido por muchos pequeños expositores.
Desde Ediciones Corregidor, María Fernanda Pampín confirma que las ventas en unidades estuvieron un 20 por ciento arriba. El libro más vendido en Corregidor es Poemas selectos de Gabriela Mistral. Para Cecilia Bocchio, de Riverside, la feria superó las expectativas con un 15 a un 20 por ciento más de ejemplares, y los más vendidos fueron La llamada, de Leila Guerriero, que ganó el Premio de la Crítica este año; Palabra semilla, de Magela Demarco y Caro Grossi; y los libros de Mariana Enriquez. Federico Goñi de Big sur, distribuidora que tiene 60 editoriales independientes de Argentina, Chile, México, España, Reino Unido y Uruguay, vendió un 27 por ciento más. “La única explicación que tengo para este aumento es el equipo de trabajo. Tenemos los mejores vendedores de la feria, sin ninguna duda, y la gente vuelve a buscar otros libros por las recomendaciones que hacemos”.
Los más vendidos en Big sur fueron El año en que hablamos con el mar, del chileno Andrés Montero; y cabeza a cabeza está López López, de Tomás Downey. Carla Baredes de Iamiqué, editorial infantil y juvenil que comparte stand con otra argentina, Limonero, y las españolas Kalandraca y Algar, declara un 35 a 40 por ciento arriba. El más vendido fue Menstruación en marcha, de Gloria A. Calvo, Camila Lynn y Agostina Mileo, con ilustraciones de Martina Trach; y ¿A qué sabe la luna?, del polaco Michael Grejniec.
“Una economía que empeora”
La Unión de Escritoras y Escritores en el comunicado “Una Feria más en una economía que empeora”, recuerda que este año empezó con el alerta porque la industria del libro está “en situación más que preocupante” y precisan que el Indec aseguró que la mitad del parque industrial del rubro ediciones e impresiones se encuentra paralizado. “Esto provoca, como ha ocurrido en otros períodos, que las empresas editoriales hagan una gran apuesta en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. No por bonanza, entonces, sino por necesidad imperiosa y, a veces, por desesperación. Pero al igual que el año pasado, la crisis es de tal magnitud que, sobre todo las pymes, no pudieron igualar la cantidad de novedades habituales en la Feria. La industria tiene una tradicional opacidad en sus números de producción, circulación y resultados. Sin embargo, algunos se conocen, como las ventas en los días de las Jornadas Profesionales. En ellas las toneladas al exterior cayeron de 12, en 2024, a 4. Si se agrega a ello la jibarización del Programa Sur de apoyo a las traducciones, se puede deducir que la proyección del libro argentino al mundo se encuentra cada vez peor", reflexionan. "Del mercado interno no es necesario precisar mucho, cuando hay un cierre paulatino de librerías y, como se ha dicho, las novedades merman”.
Bienestar cultural y resistencia
Raúl Carioli, director editorial de Prometeo, dice que las ventas en ejemplares crecieron entre un 32 y 35 por ciento. “El que vendió lo mismo o se queja es porque tiene que mirar su catálogo", cuestiona. "La Feria estuvo llena de gente, la gente vino a comprar. Este es un gremio de quejosos; el año pasado tuvimos una feria que no fue nada mala, a tres meses de haber sido derrotados (por Javier Milei). Fue una feria que vivió el ajuste del sector público unas semanas antes de empezar, cuando echaron el 30 de marzo del 2024 a 25.000 personas del Estado”. ¿Cómo evaluar este incremento de las ventas, la recuperación a niveles parecidos al 2023, cuando la economía del país no está creciendo y los ingresos de muchos, incluidos docentes universitarios y otros trabajadores de la cultura, están perdiendo cada vez más poder adquisitivo respecto de la inflación?, pregunta esta cronista para intentar entender.
“Yo tengo 41 ferias y nunca hubo una feria en la que dije: ‘no voy a volver el año que viene’. Nunca nadie se va de la feria. ¿Por qué? ¿Somos todos idiotas? ¿Soy militante de la Fundación El Libro y estoy dispuesto a vender mi casa? ¡No! Todos vienen porque es negocio; y vienen porque se vende. Hay un imaginario cultural muy fuerte; la fantasía de la clase media urbana está muy ligada a la educación, al libro. El libro se sobrepuso al CD, al pendrive, al disco rígido que tenía no sé cuántos gigas de capacidad, al ebook; se sobrepuso a todo. La gente sigue fantaseando al comprar un libro que está comprando bienestar cultural para su grupo familiar”, aporta el director editorial de Prometeo. “Venir a la feria a comprar libros es un modo de resistencia cultural. La gente hace un esfuerzo por estar acá; pagan entrada y además compran libros que leen, porque nadie que está ajustado de guita compra libros para acumularlos en la biblioteca”. Los más vendidos del stand son los dos libros de Miguel Benasayag, Elogio del conflicto y Clínica del malestar, coescritos con Angelique del Rey. El precio promedio de un libro en Prometeo, $22.000, está muy por debajo de los 30 o 35.000 que cuestan los libros en los grandes grupos.
“Yo vendo más porque tengo precios más baratos -afirma Carioli-; que no te arranquen la cabeza cuando vas a comprar un libro es también una opción: compro un libro acá y después puedo comprar otro allá. Hay que poner los libros a un precio que sea lo más accesible posible, porque yo también vivo el mundo académico-universitario, sufro los ajustes en la UBA y en el Conicet. Mi vida familiar está cruzada por la universidad y si pongo un libro a 40 lucas, sé lo que significa eso. No hay necesidad de hacerlo”.