El gobierno de Donald Trump manifiesta su interés en recortar los fondos para la NASA y al mismo tiempo anuncia un nuevo plan espacial mucho más agresivo. Propone ajustar para 2026 un 25 por ciento del presupuesto que la agencia espacial tenía en 2025, y en simultáneo, orienta una partida especial de mil millones para la exploración del universo, con vistas a conquistar Marte. Esta aparente contradicción tiene nombre y apellido: Elon Musk. El actual ministro de “eficiencia gubernamental” que podría irse en breve para dedicarse nuevamente a sus negocios, todavía sigue digitando las acciones y los planes a futuro. Su marca indeleble está a la vista porque llegar al planeta rojo es uno de los grandes anhelos del magnate. De hecho, fundó su compañía SpaceX en 2002 con ese propósito entre ceja y ceja.
Aunque todo tendrá que confirmarse en el Congreso --que deberá aprobar la propuesta espacial del mandatario-- la meta está clara: Trump busca que las próximas personas en llegar a la Luna y a Marte sean estadounidenses. Para ello, el programa Artemis, que la NASA lidera con el objetivo de llevar nuevamente humanos al satélite natural y al planeta rojo, tendrá un nuevo tono. Las misiones Artemis II y III previstas para 2026 y 2027 seguirán en pie, pero comenzarán a emplearse naves privadas. Ahí es cuando multimillonarios de la talla de Musk --y otros como Jeff Bezos-- podrán competir por quedarse con contratos abultados de varios millones y aportar sus tecnologías.
Así es como el gobierno norteamericano desplaza a la fabricación estatal sobre la que aplica la motosierra y opta por desarrollos de compañías privadas. De manera similar a lo que sucede en Argentina, ambos gobiernos están en contra de que el Estado financie al desarrollo científico y tecnológico.
Despidos por doquier
A mediados de marzo, el gobierno federal despidió a 22 funcionarios de la NASA y eliminó la Oficina del Científico Jefe, dirigida por Katherine Calvin, una climatóloga reconocida internacionalmente por contribuir con informes fundamentales sobre el clima para la ONU. A partir de su flota de satélites y de la puesta en marcha de softwares avanzados, la agencia cumplía un papel fundamental en las proyecciones climáticas que se realizan de cara a los próximos años.
La fundamentación para el recorte, expresada por la portavoz Cheryl Warner, es ilustrativa: "Para optimizar nuestra fuerza laboral y en cumplimiento de una orden ejecutiva, la NASA está iniciando su proceso de reducción gradual de personal". En esa oportunidad, la agencia espacial suprimió también la Oficina de Tecnología, Política y Estrategia y la división de Diversidad, Equidad, Inclusión y Accesibilidad.
Nueva hoja de ruta
De un total de 18.800 millones de dólares, el gobierno busca asignar mil millones para llegar a Marte (es decir, para realizar los preparativos porque el viaje interplanetario llevará más tiempo) y 7 mil millones para las travesías tripuladas a la Luna. En concreto: casi la mitad de los fondos totales para el sector persiguen el fin de colonizar nuevos territorios.
Con el cambio de rumbo, las investigaciones científicas, las misiones no tripuladas y las observaciones con telescopios, cederían terreno frente a la necesidad de Trump y Musk de que EE.UU. vuelva a poner humanos a flotar. Tampoco tendrán lugar líneas vinculadas al desarrollo satelital para monitorear el clima en la Tierra; ni aquellas relacionadas con generar vocaciones científicas. Por último, la misma suerte correrán las acciones de investigación que la NASA realizaba para reducir la huella de carbono de los aviones.
Todo muy lindo con los viajes humanos al espacio, pero hay una preocupación que nadie ve por el momento. Aunque excitantes, pueden salir mal y los astronautas perder la vida. Desde el inicio de la carrera por conquistar el universo a comienzos de los 60, una veintena de astronautas murieron en el intento.
Antes que China
En una época de imágenes, redes sociales y viralización, tanto Musk como Trump sueñan con una foto. De hecho, el presidente ha manifestado que quiere “astronautas estadounidenses para plantar las barras y estrellas en el planeta Marte”. Esa bandera en el universo tendría un peso simbólico sin parangón. EE.UU. podría venderse, ahora sí, como dueño del universo. Si ello sucede, China habrá perdido.
Vale destacar que la disputa con el gigante asiático no se le puede endilgar únicamente a Trump. En la gestión anterior, durante el mandato de Joe Biden, el titular de la NASA, Bill Nelson, decía que querían “proteger el agua que hay en la Luna para evitar que China se apodere de ella”.
Sean republicanos o demócratas quienes estén sentados en la Casa Blanca, el enemigo ya no toma vodka sin parar. En cambio, tiene los ojos rasgados y planea adueñarse del universo.