7 - LA SABANA Y LA MONTAÑA
(A savana e a montanha, Portugal/Uruguay, 2024)
Dirección: Paulo Carneiro
Guion: Paulo Carneiro y Alex Piperno
Duración: 77 minutos
Intérpretes: Aida Fernandes, Maria Loureiro, Elisabete Pires, Daniel Loureiro, Nelson Gomes, Carlos Libo y Paulo Sanches
Se exhibe en la sala Lugones el jueves 8, el sábado 10 y el domingo 11 a las 21 y el viernes 9, el martes 13, el miércoles 14 y el jueves 15 a las 18
La historia de La sabana y la montaña comienza a fines de la década pasada, cuando el joven realizador portugués Paulo Carneiro conoció a un grupo de personas provenientes de Covas do Barroso, un pueblo del norte de su país con poco más de 300 habitantes que pronto albergaría la mina de litio a cielo abierto más grande de Europa, desarrollada por la empresa británica Savannah Resources. Carneiro escuchó los pedidos de ayuda para difundir la situación, pero hizo poco y nada porque su cabeza estaba monopolizada por el lanzamiento internacional de Bostofrio, su primer largometraje. Recién durante la pandemia, videos en redes sociales sobre la brutal deforestación en la zona mediante, tomó consciencia del estropicio ambiental que se estaba llevando adelante. Entonces decidió ir con la idea de filmar algunos videos y ponerlos a circular en internet, aunque muy rápido se dio cuenta que el cine era una herramienta superadora para visibilizar la causa.
Carneiro no hizo un documental tradicional ni uno de denuncia: aquí no hay lugar para imágenes de archivo ni cabezas parlantes volcando datos y narrando las penurias de los lugareños. Pero La sabana y la montaña tampoco es una ficción clásica, de esas que presentan a actores y actrices poniéndose en la piel de personajes más o menos imaginados a parlamentar las líneas de un guion. Exhibida por primera vez en la Quincena de los Cineastas de Cannes del año pasado, La sabana y la montaña se para en un punto medio en el que se vuelve imposible discernir qué es real y qué no, dónde termina la ficción y comienza lo documental. Su dispositivo se caracteriza por tener a los propios pobladores “actuando” de sí mismos y recreando diversas situaciones vividas durante las vísperas a la llegada de la minera a una zona declarada como Patrimonio Agrícola Mundial por Naciones Unidas en 2018.
Pero lo de “recrear” no debe tomarse de manera literal, pues Carneiro pone a jugar a los vecinos metiéndolos en un relato con mucho de western y en el que deben combatir a los operarios (ficticios) de la empresa, como si quisiera concederles la potestad de crearse historias más grandes que las propias para abordar sus experiencias. La militancia contra la mina se vislumbra en las recurrentes asambleas, en los diálogos entre vecinos, en las reuniones comunales, en los intentos de saber de boca de los empleados mineros en qué etapa está el proyecto y en las canciones de protesta que compone uno de los pobladores y llaman a la resistencia y la lucha colectiva: aquí, como en El eternauta, nadie se salva solo.
Todo esto se mezcla con las fiestas y tradiciones populares de un lugar cuya temporalidad se presenta difuminada. El resultado es un film que equilibra el humor ligero y la impronta de fábula atemporal (hay algo de la fantasía del cine de Miguel Gomes en el dispositivo) con un fuerte posicionamiento político acerca de la relación entre la tierra y sus ocasionales locatarios. Es un asunto que, a partir de la necesidad de litio para las baterías eléctricas, ha generado una corriente de películas que indagan en las diversas consecuencias de la sobre explotación de recursos naturales. Alcarrás, de Carla Simón, As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, o el cine del chino Jia Zhangke son algunos ejemplos audiovisuales de una concepción de progreso según la cual hay que llevarse todo por delante, incluyendo seres humanos.