El papa Francisco dejó un valioso legado para reflexionar sobre los debates de la comunicación, a través de sus mensajes anuales para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que el Vaticano organiza desde 1967. En su labor pastoral, en su búsqueda por situar al ser humano en el centro y en su vocación inclusiva, Francisco predicó la dimensión transformadora de la comunicación en un mundo que la subyuga a un estadio informativo, que la reduce a algoritmos y que la simplifica para lograr reacciones instintivas.

En aquellas intervenciones expresaba la necesidad de “desarmar” la comunicación. En tiempos de polarización y de discursos de odio decía que había que “purificarla” de la agresividad, tan naturalizada en los debates públicos actuales. Salir de esa encerrona discursiva, que atomiza y genera dispersión. Una narrativa brutalista que pareciera efectista, del que se han ufanado ciertos líderes políticos, pero que, lamentablemente, introdujo estilos, modos y formas de discusión, que terminaron siendo adoptadas por propios y ajenos.

Como contracara, Francisco procuraba una comunicación para el encuentro con el otro, donde la escucha sea el elemento indispensable de ese proceso. “Comunicar no es sólo salir, sino también encontrarse con el otro”, expresó en su último mensaje de aquellas jornadas. Una premisa que invita a salir de esa mansalva discursiva, de una emisión y una producción constante de sentidos, como si el proceso comunicativo se redujera exclusivamente a eso. Una productividad incesante, reflejo de estos tiempos, que no permite atender a otras dimensiones que conlleva la comunicación y que tiene que ver con los silencios, los malentendidos y los fracasos de nuestras conversaciones cotidianas. Para muchos, no haber hecho foco allí ha llevado a derrotas políticas o victorias efímeras, pero nunca perdurables. Al respecto, Francisco también dijo que había que sanarse de las “enfermedades” del protagonismo.

Como buen amante del fútbol, el Papa sabía que para el ejercicio de ese diálogo de apertura la cancha está inclinada. Crítico de un modelo económico excluyente, sostenía que los sistemas digitales producían una “dispersión programada de la atención” y que, al perfilarnos según las lógicas del mercado, se modificaba nuestra percepción de la realidad. “De esa manera asistimos, a menudo impotentes, a una especie de atomización de los intereses, y esto termina minando las bases de nuestro ser comunidad, la capacidad de trabajar juntos por el bien común, de escucharnos, de comprender las razones del otro”, explicó.

Desarmar la comunicación que prevalece es la tarea. Ejercer una narrativa de esperanza y no seguir cayendo en una lógica discursiva simplista que genere reacciones instintivas de aislamiento y de rabia. En ese último discurso, Francisco también expresó un deseo: “sueño con una comunicación que sepa hacernos compañeros de camino de tantos hermanos y hermanas nuestros, para reavivar en ellos la esperanza en un tiempo tan atribulado”.

Ojalá su legado no quede sólo en una foto y la fuerza de sus palabras oriente a los lideres políticos que buscan el bienestar del pueblo, para que la época no los lleve puesto y logren escribir la historia.

* Licenciado en Comunicación UBA