A unas cuadras del Movistar Arena, en dirección a Avenida Córdoba, el silencio que envolvía a la calle se vio asaltado por un smartphone del que emanaba a todo volumen una canción atípica para un ceremonial propio del reggaetón o del RKT. Mientras se escuchaba “Heartbeat”, axioma del pop empírico de la autoría de King Crimson, el dueño del aparato la cantaba con la certeza y la dimensión de que no tenía tribuna. Hasta que a su lado pasó un hombre de marcha presurosa que le voceó: “A vos también te partió la cabeza, ¿no?”, para luego perderse entre las sombras. Algunos minutos antes, al estilo de los saltos temporales de la serie Dark, el futuro presente coincidió con ese pasado que se atrevió a darle banda de sonido al mañana, y el encuentro decantó en la sensación de que esa música seguía sonando a porvenir.
Beat es un proyecto que nació con la única intención de revisitar en vivo los discos que publicó King Crimson en los años 80. Y al mismo tiempo es un supergrupo, porque lo constituyen cuatro figuras fundamentales del rock: el guitarrista Steve Vai y el baterista Danny Carey (de reciente paso por la ciudad con los metaleros progresivos Tool), así como el bajista Tony Levin y el cantante y también violero Adrian Belew. Los dos últimos, quienes juegan de local desde los 90, son además integrantes de la formación de la banda que grabó esos álbumes. Justo por esa razón lo que presentaron en la noche del viernes en el estadio de Villa Crespo no tuvo sabor a tributo, al punto de que las guitarras osaron construir un puente bailable que no existía en la versión original del funk marciano “Elephant Talk”.
A contramano de la “Trilogía de Berlín”, de David Bowie, nunca nadie se atrevió a ponerle nombre a ese tridente discográfico del Rey Carmesí. Y lo más curioso de todo es que fue lo único que produjeron en esa década, aunado aparte por una intención sonora y estética análoga. También fue la primera vez que este laboratorio musical grabó tres álbumes con una misma alineación. Tras un paréntesis de siete años, Robert Fripp, guitarrista y cacique de la banda, decidió volver al ruedo grupal con un invento al que fantaseó con llamar Discipline. Después de reclutar a Belew y Levin, en el primer ensayo, del que fue parte asimismo el baterista Bill Bruford, todos coincidieron en que esto no era un proyecto paralelo, sino el futuro de King Crimson. Algo similar a un arquetipo complejo de la new wave, con Talking Heads como paradigma.
Resulta que Belew había sido enrolado por los liderados por David Byrne en la etapa del disco Remain in Light (1980), por lo que late fuerte la certeza de que sin ese álbum no hubiese surgido este King Crimson. De hecho, hay temas como el ya mentado “Elephant Talk” o “Thela Hun Ginjeet” en los que el de Kentucky tomó prestada la manera teatral y declamatoria de cantar del escocés. Fripp venía de ser en los 70 uno de los pilares del rock progresivo, pero se vio en la urgencia de reinventarse. Entonces apeló a la conjunción de post punk, funk, minimalismo y puntillismo percusivo para el acabado del disco Discipline (1981), al que le secundó Beat (1982), en el que añadieron una pizca de pop hermético. Y el desenlace, Three of a Perfect Pair (1984), se tornó en síntesis de un periodo de entrenamiento rítmico y armonías exigentes.
Pese a que Fripp no lo convocó a él -pero sí a Levin- para la gira de los 50 años de King Crimson, que los trajo al Luna Park en 2019, Belew le pidió la bendición al lugarteniente para este emprendimiento. No sólo se la dio, sino que fue quien lo terminó bautizando Beat. Si bien el cantante, compositor y guitarrista incluyó en sus shows porteños canciones de esa trilogía, la última vez que el Rey Carmesí las tocó en Buenos Aires fue en su residencia de 1994. Aunque la mayoría quedaron para la segunda parte de esta performance. Una vez que los cuatro músicos aparecieron en escena, el primer segmento arrancó con el jazz anárquico “Neurotica”, del disco Beat, de donde se desprendieron a continuación tres temas más: el gamelán rockero “Neal and Jack and Me”, “Heartbeat” y el new wave rococó “Sartori in Tangier”.
Para ese momento, Belew había hecho gala de los paisajes sonoros que confeccionó en esos años, donde la guitarra no suena como tal, sino a berrinches de elefante o rinoceronte. En tanto Vai punteaba el mástil de su viola, abriendo el caleidoscopio de texturas, y Levin pelaba su Chapman stick, inflando aún más el universo de matices. Luego de que el frontman preguntara si todo iba bien, desenvainaron el pop intrincado “Model Man”, de Three of a Perfect Pair. Le secundaron otras canciones de ese disco, como “Dig Me”, combinación de versos y estribillos diametralmente opuestos. O “Man With an Open Heart”, en la que, antes que desarmar la estructura tradicional de la canción, la alienaron insertando violas que suenan al revés, melodías de una realidad asiática paralela y constantes cambios en la caja de velocidades.
Tras “Industry” y “Larks’ Tongues in Aspic (Part III)”, dos voladuras instrumentales del tercer disco de la trilogía, cuya tapa Levin plasmó en el cuerpo de su bajo, los músicos tomaron una pausa de 20 minutos, que se volvió de 30. Si Charly García fue la estrella de la antesala del show, Machi Rufino ocupó ese lugar en el ínterin. Al volver al tablado, Belew y Levin, con aire a Miami Vice; y Vei, a lo zoot suit; ingresaron detrás de Carey, quien se paró al frente de una batería electrónica que sonó a marimba digital. Así comenzó la tribal “Waiting Man”, abreboca de la segunda parte del show, que continuó con la étnica “The Sheltering Sky”, devenida en primera canción de Discipline de la noche. Escoltada por el funk epiléptico “Frame by Frame”, aunque antes hicieron otro funk, Sleepless, pero de carácter minimalista.
Con ese público al borde del orgasmo, los músicos le pusieron paños fríos a la efervescencia mediante el blues abstracto “Matte Kudasai”. Pero volvieron a a la carga con “Elephant Talk”. “Three of a Perfect Pair”, decálogo de lo imposible, al cruzar rock progresivo y new wave, irrumpió en el repertorio. Y el final llegó con la trastornada “Indiscipline”. La banda volvió rápido al escenario para el bis, y ahí tocaron la única canción que no forma parte de esta trilogía, “Red”, que Belew dedicó a Fripp y al desaparecido bajista John Wetton. Mientras que la despedida fue con el funk gravitatorio “Thela Hun Ginjeet”, donde conservaron las voces sampleadas, amplificando la lisergia y completando un cancionero acertado. Toda una demostración de que la vanguardia aún sigue siendo un espacio fascinante.